Enfrentarnos al mundo no es tarea fácil, es algo a lo que quiérase o no nos toca algún día.
En nuestros primeros años contamos con la protección de nuestros padres, abuelos, tíos u otros familiares o amigos y parece que el mundo transcurre sin mayores Preocupaciones.
A medida que crecemos crecen nuestras expectativas y aumentan nuestras dificultades para afrontar el paso por la vida.
Pero aún desde pequeños soñamos: algunos quizás sueñan con ser superman, el hombre araña, la mujer maravilla o la barby, en general queremos ser ese ídolo del momento, nacido de la fantasía y pretendemos imitarlos.
En otra etapa de nuestra vida infantil empezamos a tejer nuestro futuro y empezamos a soñar en ser el médico, el policía, el bombero, el constructor, la enfermera, la abogada…
Pero llegan los años de la juventud, empezamos a medir las dificultades de la vida y empiezan a desvanecerse los sueños y muchos entonces dejan de soñar.
Hay quienes se dejan arrastrar por la frustración de ver imposibles esos sueños y renuncian a ellos sin siquiera hacer un esfuerzo.
Entonces, terminan atropellados por su “mala suerte”, envueltos en la amargura, sumidos en la desesperación y sin esperanzas de una existencia digna, resignados a su pobre suerte y humillados por el paso de los años.
Son almas muertas en vida: sin ilusiones, sin fantasías, sin sueños.
Por el contrario, hay quienes jamás renuncian a sus sueños, esos que siempre viven de sus ilusiones, que jamás pierden las esperanzas y sus vidas están llenas de ideales.
Esos, forjadores de utopías, son los triunfadores en el mundo.
Ellos jamás dejan de soñar, luchan y se esfuerzan por alcanzar sus metas, tienen propósitos claros y no se dejan vencer por las dificultades y a cada paso un nuevo objetivo los impulsa, un nuevo sueño los motiva, porque el que no sueña… ¡muerto en vida está!
EDUARDOE
Abril 2004