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Las reflexiones que aquí se presentan son personales, no comprometen a ninguna otra persona y pueden ser o no compartidas por el lector a quien respeto sus apreciones con la certeza de que en aspectos de opiniones no existen verdades absolutas.

miércoles, 7 de julio de 2010

EL VALOR DE LA PALABRA


EL VALOR DE LA PALABRA
Sólo el ser humano tiene el privilegio de la palabra pensada y discernida y si bien, algunos animales como el loro pueden emitir fonemas estos son producto de una acción refleja, repetitiva pero no pensada y menos razonada.
Esa característica esencial del hombre, sería suficiente para que éste la valorara en toda su dimensión.
En otros tiempos la palabra tenía valor y era símbolo de honor, hasta el punto de comprometer la vida por ella. Bastaba dar la palabra y era suficiente.
El panorama hoy, es otro.
Ya nadie cree en la palabra empeñada y pareciera que para la mayoría simplemente es un juego en el que se promete y no se cumple, se dice y se retracta, se afirma y se niega y hasta se duda de "¿yo lo dije... ?, bueno, ... de pronto sí, pero tal vez no...
Es tal el estado actual del valor de la palabra, que ya nadie hace un contrato, un acuerdo o un convenio sino es por escrito, firmado y con testigos.
La palabra ya no tiene valor y hasta lo escrito es negado…
No es raro escuchar: "pues sí, se parece a la letra mía…, pero no me acuerdo…" o "esa sí es mi firma pero ¿¡yo firmé eso…!?"
Para colmo, ya en todo se piden "evidencias" y en la casa y en el colegio desde los primeros grados los niños aprenden a decir mentiras o a desmentir a otro si éste no tiene pruebas.
La palabra de los padres (y que decir la de los abuelos) era sagrada y respetada, tanto por la dignidad que tal hecho implica, como porque tenía autoridad moral.
La palabra del maestro y maestra era digna de credibilidad, por el simple hecho de educar, lo que implica formar con el ejemplo, era tal que los padres depositaban toda su confianza y la escuela era considerada la segunda familia.
Y en aquellos tiempos, cuando las ciudades apenas eran aldeas, el alcalde, el cura, el juez, el carnicero, el tendero, el obrero, el campesino,… eran considerados personas de bien y su palabra respetada.
Hoy día la gran mayoría apuesta a la palabra – oral o escrita – como un simple juego de fonemas o grafías, sin sentido, sin valor y desprendida del proceso de razonamiento que le dé el valor que se merece.
Eduardoe
Mayo/2006